10/12/2016

lo que nadie cuenta



Hay una parte de lo que sucede en los Encuentros Nacionales de Mujeres que nunca se cuenta. Me pregunto si no se enuncia porque es políticamente incorrecto hablar de eso; si es que en realidad es un relato secundario; si queda velado porque son hechos aislados y de un grupo marginal; o si en verdad resulta prioridad hablar de la avanzada violenta de la policía que es lamentable, preocupante y repudiable. Quizás sea un poco de todo. Pero al final, hay una parte de lo que sucede en estos encuentros que sigue sin contarse. En los medios de comunicación masivos, progresistas y entreguistas, siempre sale la misma noticia: un grupo de militantes feministas se enfrenta a militantes religiosos que rodean la catedral del lugar y la policía reprime. Es tan conocida y reiterada la escena que hasta una podría llegar a sospechar (sin justificar la violencia institucional, claro está) de la intencionalidad de las/los protagonistas.

Con amargura, esta vez tampoco fue la excepción.

Sin embargo, insisto en que hay dos cosas que quedarán ocultas para siempre. En primer lugar, nadie va a mencionar las prácticas despóticas de una fracción, de una fracción, de una fracción de la izquierda intransigente que no va a discutir, que impide que queden plasmadas las disidencias que sí existen entre las participantes y que sólo le preocupa que en el documento final diga lo que ellas quieren que diga. Con fines ilustrativos, en uno de los talleres de organización barrial, un grupo de militantes se opuso a que el documento final exigiera la libertad de Milagro Sala. En uno de aborto legal, se decidió omitir en la relatoría la posición disidente de un grupo de religiosas que habían participado. En un taller de sexualidad, la coordinara quiso echar a dos adolescentes que se acercaron a preguntar qué era la bisexualidad. Seguramente fueron hechos excepcionales, pero para la próxima habrá que prestar más atención porque la expulsión nunca puede ser el propósito de encontrarse.

Lo mismo pasó con las paredes de Rosario que quedaron pintadas con proclamas que no fueron debatidas, que no representan a la mayoría y que no promueven un avance en la lucha de las mujeres para alcanzar la demorada igualdad: “aborto y me divierto”; “la heterosexualidad es el opio del pueblo. Castración”; “la vida es corta, hacete torta”; “chucha con chucha, es la lucha”; “cuando comía carne, pensaba como mi papá”; “abortá por si te sale rati”; “machete al machote”; “muerte al macho”; “ni mujer, ni bonita, lesbiana feminista”. Esto también es violencia, genera rechazo y, para peor, resulta ser la acción de una minoría noticiable.

Nada bueno sale del odio. Ese no es el camino para exigir la igualdad, la justicia y la democratización en el espacio doméstico y en la arena pública. Esa no es la forma de sumar a más mujeres y hombres a pensar la desigualdad reinante. Estas prácticas de una minoría enardecida, también merecen el repudio de la mayoría que participa para construir más ciudadanía para las mujeres.

En segundo lugar, y más lamentable aún, nadie va a hablar de los enriquecedores debates que dieron las miles de mujeres que se encontraron para pensar(se) con otras sobre su lugar en la vida pública, en las organizaciones sindicales, en los barrios donde viven y militan, en la actividad artística y cultural, en el poder político, en las escuelas y las universidades, en sus organizaciones de base, en sus partidos políticos y en sus casas. Nadie va a escribir sobre las estrategias que se dieron las trabajadoras para exigir una guardería en el lugar de trabajo o para pelear un lugar en la lista de delegados; tampoco van a hablar de las hojas y hojas de apuntes con experiencias exitosas para resolver los problemas que comparten muchos barrios humildes; nadie va a contar las emociones que se juegan cada vez que alguna relata un triunfo o una derrota; tampoco van a publicar sobre los litros de mate compartidos, los pastelitos y las tortas fritas caseras que giran en ronda; ningún diario va a mencionar las listas de teléfonos y mails para seguir en contacto a pesar de la distancia; menos que menos van a mencionar la potencia y el impulso que se genera al encontrarse para seguir haciendo al volver.

Nadie cuenta eso que nunca se cuenta cuando termina un Encuentro Nacional de Mujeres. Y hasta una podría sospechar que hay gato encerrado, que hay una fuerza que opera para que así sea, porque ¿cómo puede ser que siempre sea la misma tapa de diario? ¿cómo nos pasa que nunca es noticia que 70 mil mujeres de todo el país se congregaron para discutir, reflexionar, apasionarse, contar experiencias, plantear preguntas, diseñar estrategias y difundir información valiosa?

Espero que el año que viene no tengamos que volver a repudiar la violencia policial, ni a lamentar heridas. Espero que podamos dedicarnos a hablar de estas cosas. Pero que contemos la historia entera, sin idealizar un espacio en donde se dan disputas de sentido, de forma y de contenido. Las nuevas mayorías se construyen así: señalando los avances, pero también los límites que hay al encontrarse para pensar un proyecto general que nos incluya con justicia e igualdad a todos y a todas.

Manuela Hoya, militante de la JPBA La Cámpora La Plata.
Foto: Paula Di Carlo, militante de la JPBA La Càmpora La Plata.

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