9/28/2016

“estirar” la vianda (etnografía de un comedor)



Julián Axat nos envía una crónica acerca de los “trucos” de supervivencia que un referente social desarrolla en el comedor que, con mucho esfuerzo, sostiene. De ahí el título, Estirar la vianda. El hambre es un problema estructural en la Argentina, los medios de comunicación utilizan el tema como una mercancía más para intercambiar en el mercado de lo no simbólico. La situación social y económica es preocupante. El porvenir no se vislumbra mejor.


Llegué temprano. Roberto, “Tito” como le dicen en la villa, madruga de lunes a sábado. A las 5:00 de la mañana comienza su día como hace 40 años, y ahí estoy para acompañarlo hasta el mediodía y que me cuente un poco sobre el comedor. Es una mañana bastante fría, pero que va a ir levantando calor primaveral a medida que vaya saliendo el sol.

Lo ayudan tres mujeres, van a hacer arroz con pollo en tres ollas gigantes, por lo que comienzan a lavar la verdura y a trozar el pollo. Nadie habla, trabajan en silencio. Tito se mueve de acá para allá, yendo y trayendo cosas, acomodando los bancos y las sillas de la sala comedor. Le ofrezco ayudarlo y se niega. Para las 11:00 tiene que estar todo listo, porque a esa hora comienza a venir gente.

Tito es como un termómetro que, desde hace años, mide la situación económica y social argentina por las bocas que se acercan a buscar un plato de comida. “Hambre siempre hubo en la villa”, me explica. “No es un problema de hoy… con los militares había hambre, en los ‘90 mucha y no dábamos a basto. Durante el kirchnerismo también hubo hambre, aunque las demandas eran otras y no veíamos a familias enteras haciendo cola para comer o quejándose así. Desde al año pasado para acá, el número de personas que se acercan es mayor y el malestar se siente. Se hace lo que se puede. Cuando cerramos después del mediodía, y si sobra, les doy a los que vienen por primera vez, que muchas veces esperan afuera”.

Hoy Tito le da de comer a 230 personas (50 familias) y aunque no está en condiciones de admitir más, intenta “estirar” las raciones. Recibe donaciones de bolsones y alimentos desde distintos lados. Las entregas de comida que da el gobierno funcionan con el sistema de viandas, que consiste en entregarle raciones de comida para los inscriptos que van a comer allí o se la llevan. Tito recibe una 170 de esas viandas por un programa gubernamental y mediante lo que llama “trucos de cocina”, las estira hasta 230, aunque siente que estirarlas aún más sería dar de comer algo insustancial, aguachento, “pobre” en sus palabras.

Son ya las 11 de la mañana y comienzan a ingresar algunas personas. El sol entra por las ventanas. Aunque para mí es hora de desayuno, en el comedor es la hora del almuerzo. Los que ingresan van tomando los platos, cubiertos y vasos, pasan por la barra que da a la cocina, donde desde el otro lado las mujeres que colaboran les sirven hundiendo el cuenco en la olla y llenando el plato de arroz y menudos. Para Tito, el truco del estirado de las raciones consiste en mezclar con arroz, polenta, algo de papa o zapallo y con todo eso armar un caldo; y así mezclar con cortes de carne o el pollo. La “magia” es que el plato (más líquido que espeso) pueda estar lleno, y así satisfacer más bocas. En este imaginario, un plato que está lleno da sensación de saciedad. Un placebo. “Claro, cuando el hambre en la villa es profunda, no hay imagen que calme ni truco que engañe”, reconoce Tito.

Pero la cosa no es tan sencilla, no se trata sólo de recibir más viandas. Aunque una mayor cantidad le brindarían la posibilidad de entregar porciones reales, sin “truco”, muchas más viandas no le permitirían alimentar más bocas debido a otras limitaciones estructurales: cantidad de voluntarias que dan una mano en el comedor, ollas, hornallas, cubiertos, espacio físico, etc. Esa es la capacidad de Tito para sostener su comedor en el tiempo. Pura solidaridad y entrega, vive solo en una piecita aledaña al comedor. Sus hijos ya no viven en la villa y es jubilado de Ferrocarriles.

Ya hay más de 50 personas sentadas a mi lado que mastican en silencio, Tito habla con todos, saluda a los que entran, es al único que se escucha. En el barrio, como alguien que aporta a la comunidad en el día a día, es un referente indiscutido. Le dio de comer a varias generaciones que pasaron por la villa. Sufrió en carne propia el intento de erradicación y las promesas políticas sobre la urbanización que se esfuman con el tiempo. Por allí pasaron cantidad de pibitos con sus familias, que más tarde fueron asesinados por la policía o se convirtieron en transas que ya no lo saludan, aunque lo respetan.

“Por momentos -me cuenta- el tema de la falta de raciones produce conflictos con algunas instituciones y otros referentes del barrio que la estiran como yo, pero cuando no les alcanza más, pretenden derivar al comedor sin acercarse siquiera a preguntar si se necesita algo”. También le molesta que los medios de comunicación hablen de “hambre” y que nunca se acerquen a entender de qué se trata, como si el hambre fuera un concepto vacío de la Argentina actual, para tirarse por la cabeza y hacerse reproches partidarios.

Tito explica que muchas veces se acerca gente nueva a pedir un plato de comida cuando todavía no llegaron quienes están inscriptos. En esos casos, esperan hasta la hora de cierre y si no fueron, les dan a los nuevos. Sobre la cantidad de personas que se acercan a preguntar si pueden anotarse para ir al comedor, me comenta que el año pasado se acercaban entre 5 o 6 personas por semana y que actualmente se acercan entre 15 o 20 personas en ese tiempo. A estas personas las llaman “golondrinas", porque las ven un día y nunca más, y porque muchas merodean entre los distintos comedores de la villa. Cuando se acerca la hora de cierre, piden si hay algo para comer; piden desde restos de comida hasta incluso pan duro. A veces, revuelven las bolsas de basura cuando las saca a la calle.

El año pasado, la presencia de estos "beneficiarios golondrina" era esporádica, mientras que este año se acercan varios y hasta todos los fines de semana le tocan timbre. También viene gente de otras zonas. Han recibido gente de otras villas y hasta del conurbano profundo. Algunos pasan con niños, o son personas ancianas.

Veo que ya está menos concurrido el comedor. Ya estamos más cerca de la hora del cierre. Las tres ollas están casi vacías. Tito va y viene, y por de pronto se sienta y se atreve a contarme lo que muchos referentes de comedores no se animan. “No te van a decir que les falta comida. Los comedores de la Iglesia tampoco. La estiran y se las arreglan con lo que tienen, o como te decía, derivan la gente a otro comedor. Pero esto siempre pasa con el gobierno de turno, hay que mantener cierta cordialidad y moderación en los comentarios. La ayuda también depende de no poner en crítica el sistema y la forma y cantidad en la que llegan las raciones”.

Reconoce que el gobierno está caminando el barrio, visitando los comedores y viendo todo el tiempo qué necesitan. Y dice que, “… si por cualquier medio sale a la luz que faltan alimentos, enseguida se te aparecen y evalúan la situación. No siempre te dan, esperan y evalúan… hacen tiempo y te dan alguna ración más, pero nunca alcanza… claro que no están en lo estructural, es como que van apagando fuegos con la lógica del bombero… Te dan raciones”. Para Tito, hay otros barrios más golpeados, con mayores necesidades insatisfechas desde hace mucho tiempo, y el hambre se nota más incluso que en el suyo.

Afuera hay siete personas esperando sentadas, las veo a través de la puerta abierta. Esperan que todos terminen y que los que hoy faltaron les permitan otorgarles un cupo para comer arroz con pollo, estirado. Parecen cronometrar los minutos y ruegan que esos vecinos no vengan. Tito medita y me dice que sí, que la situación se agravó y que siente que se va a agudizar todavía más. Es consciente que la ayuda es importante y aunque en esto esta hace 40 años, reconoce que la gente necesita trabajo genuino, no comedores y asistencia.

La Plata, 28 de septiembre de 2016

*Poeta y abogado

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