6/29/2016

crisis podemos: otros que creyeron en las encuestas



Los decepcionantes resultados del 26J para las expectativas sembradas por Unidos Podemos dan inicio a un áspero debate interno sobre las razones del fracaso, su incapacidad para superar al PSOE y por qué perdieron más de un millón de votos desde el 20D. El sacrificio de la estrategia electoral en el altar de las encuestas

Juan Carlos Monedero fue uno de los que tiraron la primera piedra. Desde su ubicación de consejero “outsider” a la dirección –o de “bufón del rey”, como se ha llamado alguna vez a sí mismo y al rol de los intelectuales en general-, salió rápidamente a cuestionar la orientación de la campaña electoral, algo que nadie puede dejar de leer como un tiro por elevación a Íñigo Errejón.

“Podemos ha sido rehén del infantilismo y se ha creído las encuestas” que le auguraban el segundo puesto, dice Monedero. Por eso un “resultado que es objetivamente espectacular”, afirma, “siembra la idea de fracaso.”

Monedero cuestiona -a destiempo, hay que decirlo- una campaña que buscó “copiar” los gestos y simbología del PSOE del ‘82, apelando más a las “sonrisas” que al debate de programas, construyendo “una suerte de PSOE punto dos”. Ideas “brillantes” como hacer un catálogo de IKEA (sic), pero sin mostrar “los dientes a los culpables concretos de los dolores concretos”.

“A Podemos le falta calle. Le falta movilización popular, identificarse en los problemas sociales, estar con las protestas laborales”, asegura. Un balance crítico que, sin embargo, elude lo fundamental: a Podemos no solo le “falta calle”, sino que toda su estrategia se basó en construirse como un partido mediático, asimilado al régimen político y a los poderes reales, conciliando con grandes empresarios, banqueros y militares. No es cuestión de “ponerle activismo” a Podemos, sino de cuestionar toda su estrategia reformista, algo que Monedero no hizo nunca.

¿De la derrota del 26J a la guerra abierta?

“Uno de cada cinco votantes que estaba dispuesto a optar por UP decidió quedarse en casa o dedicarse a otras actividades. La formación no fue derrotada por nadie que no fuera ella misma y el terremoto del domingo puede desencadenar nuevos seísmos”. El análisis, de Emmanuel Rodríguez, apunta a la crisis interna que ya se ha abierto en Podemos.

El fracaso electoral da nuevas alas al errejonismo. Ya se podía ver en la cara de Errejón el domingo por la noche, así como en sus declaraciones, que comenzó la guerra interna por el balance electoral, en la cual Errejón y los suyos ya están aprovechando el fiasco para reafirmar su “hipótesis populista” y pasar factura. Lejos de aliarse con IU, dicen, lo había que hacer era disolver –todavía más- todos los significantes que anclaran a la formación en el territorio “anquilosado” de la izquierda, empezando por la confluencia con Izquierda Unida, porque era “piantavotos”.

Un referente del sector juvenil del ala errejonista, Iago Moreno, lo afirma sin pelos en la lengua en su cuenta de Facebook:

“No. La gente no es tonta. La gente ha sido muy clara, más clara de lo que fuimos muchas y muchos en su día. Este no es el camino a seguir. Nos hemos equivocado de hoja de ruta (algunos y algunas ya lo avisamos y lo señalamos a tiempo). Vuestro clasismo snob, vuestra soberbia ilustrada, es repugnante. Asumid que la gente ha tomado la palabra y ha dicho que no se sienten identificados con este proyecto frentista e identitario, con esta sopa de siglas mal ensamblada. Con esa articulación ortopédica, miope y autorreferencial.”

“Hemos perdido un millón y pico de votos”, prosigue el referente de Jóvenes en Pie –un agrupamiento interno de estudiantes de Podemos ligados a Errejón- “dejad de lloriquear e insultar a vuestro país y poneros a reflexionar por qué ha pasado esto. Escuchemos. Pongamos en el centro los afectos las esperanzas y las ilusiones de nuestra gente, tendamos la mano y oigamos que es lo que tienen que decir.” Y culmina poco menos que pidiendo la cabeza de Iglesias: “Que dimita quien tenga que dimitir.”

En esa lógica, llevada hasta el final, entonces hubiera sido una opción negociar con el PSOE el apoyo a su investidura en los meses que siguieron al 20D, como algunos sugerían que se conversaba entre bambalinas en Madrid entre errejonistas y socialistas.

Hasta ahora ninguna figura autorizada ha pedido la cabeza de nadie, pero el enfrentamiento entre los partidarios de Iglesias y los de Errejón, aunque, estrictamente hablando, este fue el máximo responsable de la campaña electoral. Pero, aunque aún no se ha desencadenado, la guerra interna dentro de Podemos ya está haciendo retumbar los tambores.

De la moderación a la bipolaridad

El 26J Unidos Podemos cosechó un millón cien mil votos menos de lo que representaba la suma de Podemos, las confluencias e Izquierda Unida el 20D. Con este resultado, Unidos Podemos no sólo quedó lejos del “sorpasso” en diputados, sino también en votos –una hipótesis contraria a la que auguraban todas las encuestas-. Pero, en lo esencial, esos votos no fueron a otras formaciones, sino que se plegaron a la abstención masiva.

El devenir de la formación morada en los últimos dos años es sin duda el padre de esta “apatía del voto a Podemos”, como la llama Emmanuel Rodríguez. Mucho ha recorrido Podemos hacia la derecha, y en muy poco tiempo: desde el imaginario que pretendía ser continuidad del 15M, hasta las promesas de “patria, ley y orden” de Pablo Iglesias.

Un pasmoso devenir de moderación programática y discursiva, que en la última campaña adquirió ribetes verdaderamente bipolares, como las insólitas referencias cruzadas de Pablo Iglesias en su discurso de cierre de campaña, reivindicando por igual a sus “abuelos y abuelas socialistas”, los “militares progresistas como Riego o como Torrijos” y los “liberales y demócratas de ‘La Gloriosa’”, junto a la clase obrera, Dolores Ibarruri y el Partido Comunista. Todo santificado por una reivindicación de ser “la fuerza política de la ley y el orden" cuyo objetivo era gobernar con los social-liberales del PSOE como si este fuese un ejercicio de “progresismo”.

Los votos que perdieron Carmena y Colau

La moderación, sin embargo, no fue el único elemento actuante en el bluf del domingo. La ilusión en Podemos se devaluó en igual medida con su “presencia institucional” el último año, como parte de candidaturas ciudadanas a la cabeza de los gobiernos municipales de importantes ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza o A Coruña.

El 26J Unidos Podemos perdió votos en todos lados, incluidas las ciudades donde gobiernan los deslucidos “ayuntamientos del cambio”. 100.000 votos menos en Madrid, 80.000 en Catalunya, 60.000 en Galicia. Toda una demostración de que las experiencias municipalistas a las que tanto remitieron en sus discursos Iglesias y los principales candidatos en la campaña despiertan ya muchas menos ilusiones que hace un año.

Gobiernos del cambio que asumieron “gracias” al apoyo del PSOE –y ahora el sostén directo, como en el caso de Ada Colau en Barcelona-, aceptando la limitación de sus opciones de cambio como norma, mientras renunciaban a las medidas más elementales de su ya de por si limitado programa, dejando en el camino el reclamo de remunicipalización de los servicios privatizados, el no pago de la deuda, el problema de la vivienda, etc.

Que este municipalismo de gestión no haya concitado las sonrisas y los corazones de cientos de miles que se las ofrecieron hace un año no debería sorprender a nadie.

El conformismo como estrategia política

En un artículo previo a las elecciones en el que llamaba a votar por Unidos Podemos, el filósofo Santiago Alba Rico escribía: “No me engaño. Sé muy bien qué cosas no va a hacer Unidos Podemos si gana las elecciones: no va a acabar con el capitalismo ni va a abrir las fronteras ni a nacionalizar los bancos ni a sacarnos de la OTAN ni a establecer la República; tampoco va a poder reformar la Constitución, convocar inmediatamente el referéndum para Catalunya, aprobar una renta básica, doblegar a la troika europea; ni siquiera podrá prohibir los toros o limitar demasiado la contaminación atmosférica...".

Tal vez en estas palabras, escritas a días del 26J, se encuentra de forma inversa a las intenciones de su autor, una de las claves del fracaso de Podemos. Tanta devaluación del programa, tanta devaluación de las ilusiones de cambio, tanto marketineo sin contenido, terminaron devaluando sus “acciones” electorales en las urnas.

La crisis interna de Podemos -que recién comienza a asomar, pero recrudecerá en menos de lo que canta un gallo-, expresa las miserias propias de una organización tributaria de la videopolítica y sin ningún anclaje orgánico a la clase trabajadora y los sectores populares.

Es de esperarse que los partidos del régimen busquen aprovechar la situación para destripar a Podemos, pero en ese proceso está por verse si dentro de Podemos (como de Izquierda Unida, que no hemos abordado en este artículo, pero cuya crisis es tan o más profunda) tienden a surgir sectores que busquen una alternativa política a su izquierda. Aunque esto dependerá, como siempre, de la lucha de clases.

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